Libertad, ¡¡Hola!!
Pudo decirle “andate”, pero la inseguridad y la debilidad hicieron lo suyo.
Negado totalmente a ver o escuchar, ni siquiera para remontar vuelo en búsqueda
de locas aventuras.
No
nació en cuna de oro ni vivió en la miseria.
Fue un laburante con la gran vocación de llegar a: “dejar de ser un laburante”,
lo cual por supuesto nunca consiguió.
Aunque todo era claro, no tenía demasiadas luces para solventar tal ambición; peor fue cuando la arrastró a otros aspectos de su vida.
La tierra reseca espera la lluvia
fresca, Andrés esperaba consciente, paciente,
constante, dependiente, ¡inconsciente!
Ansiaba caricias, abrazos, cuidados o sencillamente ser amado; pero era remota la posibilidad
de vivir algo así con esa mujer de quien seguía inentendible y loca mente e na mo ra do.
¿Ella? In-dependiente, in-estable, in-tolerante, in-fiel, in-teresada,
in-soportable y paradójicamente se llama In-és. Su mayor placer era compartir
viajes, charlas o cenas con otros. Eso sí, reservaba los silencios, los tortuosos
silencios cotidianos, solo para Andrés. Así pasaban los días como una pareja
que a simple vista se notaba despareja.
Quizás si… pienso, sugiero, objeto, señalo,
digo… --- así comencé la charla, tranquila primero, incisiva después.
Intenté quitarle la terquedad de
encima para que pudiera de una vez por todas dejar de ser un
disminuido visual y carnal.
Es que los amigos callan, escuchan,
acompañan, soportan, toleran, pero todo ello les otorga el derecho de “decir”,
regurgitar las broncas, y eso fue lo que hice ya cansada, hartada y casi enferma de ver tanta idiotez
en Andrés.
Con un toque de inocencia, lo invité a
casa primero, charla va - palabra viene después, hasta que, finalmente, le dije:
-- seguime, llevándolo casi a la rastra hasta el patio trasero,
para luego subir las escaleras hacia la
terraza. Ya a esas instancias se sentía bastante sorprendido...
Teníamos ante nuestros ojos una espectacular vista
panorámica de Avellaneda: luna solemne, un dulce aroma a jazmines que subía
desde mi patio trasero, letreros luminosos,
estrellas. Todo fue pensado estratégicamente, detenidamente planificado:
lugar, tiempo y compañía s…
-- Hermosa noche, dije. No solo era
bella nuestra noche, sino también la de Inés, quien en la casa lindera, esa que
compartía desde hacía diez años con Andrés, mantenía acalorados momentos, no precisamente
con él, ya que el pobre estaba a mi lado observando toda esa miseria humana con su boca
increíblemente abierta.
Ni palabras, ni suspiros, ni aliento,
ni aire.
-- ¿Nada de bronca?, le pregunté, nada
contestó, solo eso: nada…
Hay personas que tienen su merecido,
yo tuve el mío: ¡Diez años de espera!.
Ambos soñamos con un amor imposible
durante ese tiempo, pero los finales fueron diferentes: Yo pude hacerle “chumbutrule” a Andrés y a todo lo
pasado. Él, continúa en la amarga espera.
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