El 22 de mayo, con el grupo de los lunes, nos volvimos a encontrar con
Chejov, del cual habíamos leído el año anterior algunos cuentos. Esta vez nos convocaba una de sus obras más
consagratorias: la obra teatral La gaviota, la que lo posicionó como el gran
dramaturgo que fue.
El encuentro se desarrolló de manera muy tranquila, quizá nos
dejamos ganar por el ambiente lacónico de esta obra. Analizamos el argumento
sencillo de la obra, con amores cruzados y la infelicidad como telón de fondo.
Algunos talleristas estaban fascinados por la intensidad de la relación madre-hijo
y por la actitud con la que la fría Arkadina acepta también cierto triangulo
amoroso. La conclusión fue que todos los personajes son desgraciados, pero a diferencia
de una tragedia shakespèareana en la que todos deben morir, acá continúan con
esa vida, oponiéndolo poca resistencia. El único que parece luchar contra los
valores preestablecidos es Treplev y por eso será el personaje más trágico. Yo
les conté la impresión de cierto crítico que descree de su posible muerte final
y debatimos al respecto de esta original idea. Hablamos de metapoesía por la incorporación
del teatro en el teatro, a la manera de Hamlet y buceamos en la simbología de
la gaviota.
A pesar de que los talleristas todavía continúan con cierta
resistencia a leer teatro, manifestaron que esta obra les gustó y que la
releyeron para comprender mejor.
Después de nuestra pausa ritual, empezaron a trabajar con la
siguiente consigna: Escribir una escena imaginada entre Nina y Trigorìn que
transcurra en algún lapso de esos dos años que se eliden en la obra, entre que
se van de la estancia y vuelven.
Como tarea, quedó la consigna hogareña de escribir una
escena teatral libre, de temática libre pero respetando las convenciones de
escritura dramática.
¡A ver los poderosos diálogos que logran construir!
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